Sobre Edward Bach

Biografía

Edward Bach nace el 24 de septiembre de 1886 en Moseley, Inglaterra. Hijo menor de una familia de origen Galés. Su padre era dueño de una fundición de latón.

Desde niño, Edward Bach mostró:

  • Amor por la naturaleza
  • Gran concentración por aquello que le interesaba.
  • Gran sentido del humor.
  • Gran intuición y sensibilidad.
  • Amor por lo bello y armonioso.

Decidió desde pequeño ser médico ya que el sufrimiento ajeno (personas, animales o plantas) lo movilizaba. A los 16 años antes de iniciar sus estudios de medicina resolvió trabajar en la fábrica de su padre.

Esos años en la fábrica le ayudaron a comprender 2 cosas:

La naturaleza humana.
El miedo que causaba la enfermedad en la clase obrera.
La toma de conciencia de esa realidad lo llevó a abandonar la fábrica e iniciar a los 20 años sus estudios de medicina en la Universidad de Birmingham.

Bach nunca fue teórico. Pensaba que el mejor equipo del médico era la observación directa, puesto que los seres humanos distintos entre sí reaccionaban de forma diferente ante las enfermedades. Hasta que llegó la conclusión de que la personalidad del individuo tenía más importancia que el cuerpo en el tratamiento de las enfermedades (sus emociones, sentimientos, la forma de ver la vida).

Su profunda dedicación y observación le permitieron entender que los conflictos generados entre la mente, el cuerpo y el espíritu eran la verdadera causa de lo que llamamos enfermedad. Siguiendo sus certezas interiores poco a poco fue descubriendo como aliarse con la naturaleza.

Otra observación de Edward Bach fue que el proceso de curación era más doloroso que la enfermedad. Por lo tanto, la verdadera curación debía ser suave, sin dolor y benigna.

En 1915 Bach atendía en su consultorio privado en Harley Street. Comenzó a preocuparse por la enfermedad crónica, y eso lo llevó a interesarse por la inmunología. Fue así que empezó a trabajar en el Hospital Escuela de la Universidad como bacteriólogo (creyendo encontrar respuesta a sus inquietudes).

Llegó a descubrir que ciertos gérmenes intestinales se hallaban en mayor cantidad en casos de enfermedad crónica. Preparó una vacuna con éxito, la enfermedad crónica desaparecía, pero Bach no estaba satisfecho puesto que la aplicación dolía y la verdadera curación debía ser suave, sin dolor y benigna.

Había que modificar la técnica. En 1917 su salud decae, le dan 3 meses de vida. Obsesionado con la idea de concluir con sus investigaciones trabaja en su laboratorio día y noche. Su recuperación es total.

A raíz de esto Bach sostuvo que:

Un interés absorbente, Un propósito definido, Un gran amor
Son factores decisivos para la felicidad del hombre en la tierra. En su caso los que lo llevaron a recuperar su salud.

Su trabajo sobre la toxemia intestinal continúa y se conecta con la obra de Hannemann, quien 100 años antes también había relacionado la toxemia con la enfermedad crónica y afirmaba la importancia de curar al paciente, no a la enfermedad, guiándose por síntomas mentales.

Bach suma sus ideas a las de Hannemann y crea las vacunas orales o nosodes (desecha la aguja).

 

Al tiempo comenzó a sentirse insatisfecho al usar como remedio una bacteria intestinal. Pensó que debía usar remedios más puros, fue así como comenzó a buscar entre las plantas y las hierbas.

En Gales encontró las tres primeras. Abandonó todo lo que lo vinculaba con su carrera de médico ortodoxo. Y se instaló allí definitivamente con el objetivo de completar su sistema médico floral.

Luego de experimentaciones dedujo el método que se usa hasta hoy:

  • Se cortan los capullos de la flor elegida (buscando las de floración más perfecta)
  • Se colocan en un recipiente de vidrio delgado lleno de agua recogida en un arroyo.
  • Se dejan en el campo, al sol, en el mismo lugar donde se han cortado.
  • Así el agua queda impregnada de la energía de la flor.

 

Entre 1930 y 1934 y gracias a su experiencia como médico, homeópata, patólogo y bacteriólogo sumado a su deseo de encontrar un método para conseguir la armonía y la paz mental, con lo que podría sanar los cuerpos de todo tipo de enfermedad, llegó al descubrimiento de su sistema de curación simple y natural basado en 38 remedios florales.

Unas semanas antes de partir de este mundo afirmó a sus colaboradores: "Mi tarea esta cumplida.Mi misión en este mundo ha finalizado".

El 27 de noviembre 1936, Edward Bach murió apaciblemente mientras dormía en su casa de Mount Vernon, Gran Bretaña. Desde entonces y en la misma casa funciona el Centro Bach y su sistema es mundialmente reconocido y recomendado por la OMS (Organización Mundial de la Salud).

Conferencia de Bach sobre la enfermedad

ALGUNAS CONSIDERACIONES BÁSICAS SOBRE LA ENFERMEDAD Y LA CURACIÓN.
(Conferencia de Edward Bach, Homoeopathic World, 1930)

 

Para entender la enfermedad, su objetivo, su esencia y su sanación, debemos comprender parcialmente el motivo de nuestro ser y las leyes de nuestro Creador en relación a nosotros.

Es de gran importancia reconocer que el ser humano tiene dos aspectos: uno espiritual y otro físico, siendo de estos dos el físico el que es infinitamente mucho menos importante.

 

Bajo la dirección de nuestro yo espiritual, de nuestra vida inmortal, el hombre ha nacido para acumular conocimientos y experiencias y perfeccionarse como un ser físico. El cuerpo físico solo, sin conexión con la dimensión espiritual, es una envoltura vacía, un corcho sobre el agua. Pero cuando está unificado con la parte espiritual, entonces la vida es una alegría, una aventura que acapara totalmente todos nuestros intereses, un viaje que nos trae suerte, salud y conocimiento.

Nuestra evolución comienza como recién nacidos sin conocimiento, cuyos intereses están dirigidos hacia uno mismo. Nuestras necesidades se limitan a nuestro bienestar, alimentación y calor. Con el adulto aparece entonces el deseo de poder y, por ello, permanecemos durante un tiempo remitidos todavía a nosotros mismos, considerando nuestro propio beneficio y los objetivos terrenales.

Entonces viene el punto de inflexión: el nacimiento del deseo de ponerse al servicio de nuestros semejantes, comenzando a partir de ese momento la lucha, ya que en el transcurso de nuestra continuada evolución debemos transformar nuestro egoísmo en altruismo, la separación en unidad y reunir todo el conocimiento y experiencias que el mundo nos pueda enseñar, debiendo transformar todas las cualidades humanas en sus virtudes opuestas.

Sin embargo, aprendemos despacio, siempre únicamente una lección de una vez, pero debemos aprender esa lección especial que nuestro propio yo espiritual nos impone si queremos ser afortunados y estar sanos.

No todos nosotros aprendemos la misma lección al mismo tiempo. Uno supera su orgullo, el otro su miedo, algún otro su odio, etc., pero el factor esencial para la salud reside en que aprendamos la lección que está determinada para nosotros.

El estadio de nuestro avance no juega ningún papel importante. En relación con nuestra salud, carece de importancia el hecho de que nos encontremos al nivel de un recién nacido o de un joven. Pero tiene gran importancia el hecho de vivir en armonía con nuestra alma. Tanto si se trata de alcanzar el bienestar o de llevar la vida sacrificada de un mártir, la salud depende de si seguimos las órdenes de nuestro yo espiritual y de si vivimos en consonancia con ellas.

Nuestra alma nos coloca en las situaciones de la vida y nos da el trabajo –sea ya limpiador de zapatos o señor, príncipe o mendigo- que es más idóneo para nuestra evolución y donde mejor podemos aprender la necesaria lección. Da igual la posición que siempre hayamos tenido, la única necesidad reside en cumplir el trabajo particular que se nos ha asignado y todo se volverá bueno.

Enfermedad es la consecuencia de un conflicto cuando la personalidad se niega a obedecer los mandamientos del alma, cuando existe una desarmonía, enfermedad, entre el elevado y espiritual yo y la personalidad, más baja, que conocemos como nosotros mismos.

A ninguno de nosotros se nos va a encomendar algo que no podamos realizar, ni se nos va a exigir más de lo que tengamos en nuestro poder.

Entonces se decide la vida misma por el esfuerzo de transformar la baja calidad del yo en la elevada virtud de la unidad altruista, sin emplear medidas drásticas, sino a través de una lenta, progresiva y feliz evolución.

Durante nuestro viaje en la búsqueda de la perfección hay diferentes estadios. La transformación del egoísmo en altruismo, del descontento en satisfacción, de la división en unidad, no puede acontecer en un breve momento, sino a través de una evolución paulatina y constante, debiendo superar un escalón tras otro mientras avanzamos. Algunos escalones son facilísimos de superar, otros extraordinariamente difíciles, y, entonces, puede ser que aparezca la enfermedad, porque en ese tiempo no hemos conseguido seguir a nuestro espíritu, y aparece el conflicto que vuelve a provocar la enfermedad.

De manera similar a la fase de desarrollo en el que cometemos los errores, se realiza a nivel físico una determinada mentalidad que tiene sus correspondientes resultados tanto en el paciente como también en las personas que tienen relación con él. Es esa determinada disposición de ánimo que le descubre al médico el verdadero y fundamental origen del problema proporcionándole así una clave para un exitoso tratamiento.

Desde aquí se puede comprobar el esfuerzo que el paciente debe hacer cuando se extravíe, pudiéndose inferir de esta manera el tratamiento correcto para su bienestar. Hahnemann nos enseñó que igual con igual se cura. Esto es correcto hasta un cierto punto, pero la palabra cura conduce un poco a error. Más correcto sería: igual expulsa a igual.

 

La enfermedad en sí: es igual que sana igual, o mejor: igual que rechaza a igual.

La causa de la enfermedad pretende provocar que acabemos con una errónea manera de proceder. Es el método más eficaz para poner nuestra personalidad en armonía con nuestra alma. Si no existiera el dolor, cómo podríamos saber entonces que la crueldad duele? Si nunca sufrimos una pérdida, ¿cómo podríamos jamás reconocer el padecimiento que se produce con el robo? A decir verdad, deberíamos aprender nuestras lecciones a nivel espiritual para, así, ahorrarnos el sufrimiento corporal, pero a muchos de nosotros les sería imposible. Y es por este motivo por lo que se nos ha otorgado la enfermedad, para acelerar nuestra evolución.

Aun cuando al considerar superficialmente la enfermedad, ésta pueda parecer cruel, es en esencia beneficiosa.

Es el método aplicado por nuestra propia alma fraternal para conducirnos al camino del entendimiento.

Además, debemos acordarnos de que el padecimiento (aunque deberíamos ser tan inteligentes como para evitarlo), es un privilegio que nos indica que la personalidad ha alcanzado un determinado estadio de desarrollo, donde es necesaria una corrección. Los pequeños bebés no son sancionados.

De ello se desprende rápidamente cómo se pueden evitar las enfermedades. Si pudiéramos escuchar únicamente la voz de nuestro yo espiritual, si sólo permaneciésemos en armonía con nuestra alma, entonces no sería necesaria una lección tan dura y podríamos vivir sin enfermedad

Por este motivo, la labor del médico reside en ayudar al paciente a alcanzar ese objetivo haciéndole llegar apoyo espiritual, intelectual y corporal.

El genio de Hahnemann reconoció la naturaleza y las causas de la enfermedad, empleó remedios semejantes que, al fortalecer la enfermedad de forma pasajera, aceleraban ese objetivo. Él utilizó venenos semejantes para apartar los venenos del cuerpo.

Pero ahora después de que hayamos reflexionado sobre dónde nos ha llevado su genio, queremos avanzar un paso más y descubriremos que existe un nuevo e incluso mejor camino.

Cuando un paciente comete una equivocación espiritual, ello desencadena un conflicto entre el yo espiritual y el físico, siendo el resultado final la enfermedad. El error puede ser subsanado, el veneno puede ser apartado del cuerpo, pero permanece un vacío, continúa existiendo una fuerza perjudicial, pero ahí donde esa fuerza estaba localizada permanece un espacio muerto.

El método perfecto no consiste tanto en apartar la influencia perjudicial, sino mucho más en hacer propia una virtud que se le opone, pudiendo subsanar los errores a través de esas virtudes. Esa es la ley de los opuestos, de lo positivo y lo negativo.

Tomemos el siguiente ejemplo: Un paciente tiene dolores porque en su ser existe la crueldad. Él puede suprimir esa condición proponiéndose continuamente: No Quiero Ser Cruel, pero eso supone una lucha larga y agotadora y, en caso de que logre eliminar la crueldad, permanecería una laguna, un espacio muerto. Si, por el contrario, el paciente se concentrase en la parte positiva, es decir, en desarrollar la compasión y en hacer suya esa virtud, la crueldad es sustituida sin esfuerzos adicionales y se convierte en algo imposible. - (para esa persona).

Por eso, la ciencia perfecta de la sanación enseña y ayuda al paciente a desarrollar esa virtud que le hará, de una vez por todas, inmune frente a cualidades perjudiciales. Esta forma de curar no se encuentra bajo la máxima: No debes, sino en: Están bendecidos.

También debemos tener en cuenta otro gran principio que tuvo su origen en el genio de Hahnemann, es decir, la enseñanza de la curación desde el interior.

Primero debe ser sanado el espíritu, luego le seguirá el cuerpo. Sanar el cuerpo y no el espíritu puede tener graves consecuencias para el paciente, ya que el cuerpo gana a costa del alma. Sería mejor perder un cuerpo que dejar pasar la lección.

Por este motivo, la labor del médico se compone de dos aspectos: ayudar a su paciente a corregir sus errores espirituales y prescribirle aquellos remedios que actuarán a nivel físico, de tal manera que el espíritu, ahora más sano, motivará una recuperación del cuerpo.

Para esto último, es de vital importancia que los remedios elegidos sean revitalizadores y constructivos, siendo portadores de vibraciones que poseen un efecto edificante.

En la elección de ese remedio, debemos tener en consideración el estado evolutivo del mismo en relación con la persona.

Los metales se encuentran en un nivel por debajo del hombre. El empleo de animales supondría crueldad y, en el arte divino de la curación, no se permite que aparezca huella alguna de crueldad. Es por este motivo por el que nos queda tan sólo el reino vegetal.

 

Existen tres tipos de plantas:

 

El primer grupo se encuentra, en lo que a su evolución se refiere, en un nivel un poco más bajo que el del ser humano. Entre éstas se hallan los tipos primitivos, los cactos, las algas marinas, la cuscata, etc. A este grupo pertenecen también las que han sido empleadas para finalidades equivocadas, siendo algunas de ellas venenosas: el beleño, la belladona y las orquídeas son algunos ejemplos.

 

Una segunda categoría, que se encuentra en el mismo nivel que el ser humano y que son inofensivas, puede ser empleada como alimentos.

 

Pero existe aun un tercer grupo que se encuentra en un nivel evolutivo relativamente alto o más alto que el de la humanidad media. Es de entre estas plantas donde debemos escoger nuestros remedios ya que ellas poseen la fuerza de sanar y de traernos la bendición.

 

Además, estas plantas no necesitan de la crueldad, ya que, al residir en ellas el deseo de ser útiles a la naturaleza humana, están bendecidas mientras sirven a los hombres.

Debido a que el primer grupo de plantas disminuye las vibraciones corporales, hacen que el cuerpo no sea apropiado como residencia del yo espiritual pudiendo provocar, por este motivo, la muerte.

Pero el último grupo posee el poder de elevar nuestras vibraciones, proporcionándonos, por tanto, la fuerza espiritual que depura y sana al cuerpo y al espíritu.